NUESTRA LACTANCIA

¡Todo empezó tan bien!
En el hospital, aunque fue cesárea, Adrián empezó a mamar en la primera hora de vida. Cuando hicimos piel con piel lo tuve en mi pecho y parecía que lo teníamos dominado. Luego empezó a venir todo el mundo, (las dichosas visitas) y la verdad, ahora todo aquello lo recuerdo como un sueño...

Al día siguiente de nacer, mi niño estaba tan dormido que no comía nada, me dijeron que tenía que despertarle cada 3 horas para darle de mamar. Costaba muchísimo, seguramente gracias a toda la medicación que me pusieron en la cesárea. Pero no se puede saber seguramente sí fue por eso o por qué fue. Lo importante es que en el hospital tomó su calostro, porque se lo dimos con el método sonda-jeringa como ya conté en el post anterior.

Al llegar a casa, todo fue mucho mejor, estábamos más tranquilos, más relajados, sin el agobio de las enfermeras entrando cada 3 horas a ver si había mamado, sin visitas, en fin... Adrián empezó a comer mejor.

Con el paso de los días, empecé a darme cuenta que los pechos cada vez los tenía más grandes, se me llenaban mucho de leche, tenía una subidas bastante dolorosas y se me ingurgitaban.
Adrián no conseguía vaciarmelos del todo.
Y entonces, empezó el dolor...

No sé exactamente cuándo empezó todo. Pero pasé de pensar que todo iba bien, a pensar que no podía ir peor.
Cuando estaba en la calle, me daba vergüenza dar el pecho por el daño que me hacía, pero sólo me dolía la mama derecha. Era una cosa muy rara.
Empezamos a preocuparnos. Mi matrona tampoco sabía lo que pasaba, Adrián ganaba peso (además ganaba mucho) pero yo seguía con dolor.
Hacía chasquidos con la lengua al mamar solo en la mama derecha, se llenaba de aire y empezó con molestias digestivas... Volvimos a preocuparnos y el dolor no se iba.
Antes de que Adrián cumpliera un mes, pasó algo horrible, estando en casa se me llenaron tanto los pechos que pensaba que me iban a explotar. Un dolor muy intenso y muy muy fuerte. Adrián no quería cogerse porque me salía muchísima cantidad, mucha presión y se atragantaba con mi leche. Lo pasé fatal.
Empecé a mirar en internet la técnica para el vaciado manual y aquella noche me levantaba cada toma a vaciarme primero los pechos y luego le daba a Adrián. Mientras los vaciaba, mi niño lloraba de hambre desconsoladamente. Pero tampoco quería mamar porque estaban muy llenos, imaginad el caos.

Al final, después de mucho llorar, mucho dolor, muchos nervios y con alguna idea de tirar la toalla, llamé a una amiga (que por cierto está acabando los estudios de asesora de lactancia) y me prestó un sacaleches. Vino a casa y empecé a vaciarme con él. Nos dimos cuenta que no era normal sacarme 150 ml en 5 minutos. La leche que sobraba empecé a guardarla en bolsas en el congelador. Llegó un momento que tenía tantas bolsas, que no sabía qué iba a hacer con toda aquella leche, fue entonces cuando decidí hacerme donante de leche. Mi experiencia con el banco de leche materna la contaré en otro post.

Yo seguía con mi dolor y a pesar de sacarme leche y dar de mamar a Adrián después con los pechos más vacíos, me seguía doliendo. 

Pasaron las semanas y tuve otro síntoma. Entre toma y toma, la mama derecha (siempre era la problemática) empezó a dolerme muchísimo, era un dolor insoportable. El pezón se ponía blanco como si le faltará la circulación (Isquemia) y notaba presión y más y más dolor.
Así que ahora me dolía cuando mamaba Adrián y cuando no mamaba también me dolía. Resultó ser el síndrome de Reynaud, que suele aparecer cuando hay un mal agarre o se sufre algún tipo de traumatismo, por ejemplo, mordiscos.
Pero eso no quedo ahí, luego vinieron las perlas de leche. Se llaman así porque son de un blanco nacarado y salen en la punta del pezón. Esto sucede cuando uno de los conductos de leche se obstruye y al final se crea una piel fina que lo recubre. Al mamar el bebé, la leche no puede salir y es muy muy doloroso. La única manera de romper la perla de leche es poniendo al bebé a mamar más a menudo para que con la presión se rompa esa piel.

Ya no podía más, pero no quería tirar la toalla, sabía que algo pasaba. Adrián seguía con los chasquidos en la lengua cada vez que comía, pero seguía ganando mucho peso cada semana.
Mi matrona me derivó a la Unidad de lactancia del Hospital Doctor Peset (Única en la Comunidad Valenciana). Allí, una pediatra especialista en lactancia materna, primero revisó a Adrián y cuando estaba llorando miró su lengua. Después me hizo darle de mamar delante de ella para revisar la postura y el agarre, que en este caso eran buenos. (Había ido todos los viernes, desde que nació Adrián al taller de lactancia, habíamos revisado una y otra vez la posición de Adrián, la mía, los pechos, la lengua de él... TODO.)
Pues bien, cuando acabó de mamar, me dijo la pediatra:
-Adrián tiene frenillo.
Yo le dije que no podía ser, en el hospital cuándo nació me dijeron que no tenía, su pediatra de atención primaria me dijo que no tenía, incluso mi matrona no se dio cuenta que tenía.
Entonces me explicó que es un tipo de frenillo que es muy difícil de diagnosticar, (tipo 4) se denomina "submucoso" y está más escondido que los otros.
Me comentó que lo iban a cortar allí mismo, en ese mismo momento. Como podréis imaginar me puse a llorar muchísimo.
Tantos meses de dolor... y ¿Nadie se había dado cuenta de que mi hijo tenía problemas en la lengua? ¿De verdad había aguantado todo este dolor, tantos problemas, no había disfrutado de mi hijo, por no darse cuenta NADIE de que tenía frenillo? ¿Tan difícil era?.
Pero bueno, no vale la pena enfadarse, aquello pasó...

En la Unidad de lactancia también me diagnosticaron Hipergalactia, eso quiere decir que produzco más leche de la que Adrián necesita. Por eso mis pechos se llenaban tanto y él nunca conseguía vaciarlos.

Después de cortar el frenillo a Adrián, lo pusieron a mamar y se calmó enseguida.
Pasamos unos días un poco raros, donde mi bebé tuvo que aprender a usar su "lengua nueva" y yo tuve que ayudarle a recuperar la movilidad, con unos ejercicios diarios.
Después de una semana más o menos, el dolor se fue.

Adrián cumplió dos meses y ya podía decir que empezaba a disfrutar de mi lactancia no dolorosa.
Recuerdo el día que dejó de dolerme como si fuera ayer. Aquel día lloré de emoción. Lloré de alegría. Lloré por todos los días y las noches que pasé pensando qué estaba haciendo mal para que me doliera tanto, LA LACTANCIA NO DUELE, me repetía constantemente. Pero en mi caso, si, SI dolía .

Hoy, Adrián ya tiene 6 meses y puedo decir con orgullo que todo lo que pasamos ha valido la pena. Os prometo de verdad que dar el pecho a mi hijo es lo más bonito que he hecho en mi vida con diferencia. Me siento totalmente realizada y sé que estoy dando lo mejor de mi, a mi niño. Nunca, nunca me arrepentiré de haber decidido apostar por la lactancia materna. Aunque lo pasamos tan mal, TODO HA VALIDO LA PENA.

Adrián con 3 meses.

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