LAS VISITAS EN EL HOSPITAL

¿Visitas con un ramo así? Nada más lejos de la realidad... 


Podría mentir, podría escribir que me trajeron muchas flores y bombones y que me ayudaron en todo lo que pudieron, que vinieron sólo un rato y que estuve muy bien atendida, pero quiero contar la verdad. Una amiga me dijo que cuando lo cuentas pesa menos, así que tenía muchas ganas de hablar de este tema para poder desahogarme...
Para abreviar, el día que en teoría debía ser el más bonito de mi vida en mis recuerdos, el día del nacimiento de mi hijo, se convirtió en el peor gracias a las visitas.
Algunas de vosotras os sentiréis identificadas con lo que contaré, otras tengo claro que no, pero todas solemos coincidir en lo mismo, el primer día que pasamos en el hospital es duro, tenemos ganas de descansar, mucho trabajo con nuestros bebés, y lo mejor de todo, las hormonas descontroladas como nunca antes habíamos imaginado.
Cuando salimos del quirófano e hicimos el piel con piel en la habitación todo era perfecto. Unas horas preciosas que siempre recordaré. Los tres solos, nuestra intimidad, la pequeña familia que acabábamos de formar tenía que conocerse...
También teníamos que descansar, yo llevaba muchas horas sin dormir, y ahora que habían pasado los nervios, estaba aún más cansada. Además de llevar ya muchas horas en ayunas.
Ojalá hubiera podido descansar, al poco rato empezó a venir la familia.
(No me quiero extender con este tema. Sólo me gustaría compartir mi experiencia por si alguna mamá está pensando si restringir las visitas o no en esos días.)
Todos vinieron con un único objetivo, conocer a mi bebé. Que me hubiera parecido perfecto, si también se hubiera ofrecido alguien a ayudar o simplemente, a preguntar si necesitaba descansar.
Pero no, vinieron a hacer fotos y a coger en brazos a mi hijo. Únicamente estuvieron allí toda la tarde pasando el rato.
Yo estaba en la cama sin poderme levantar, sondada y todavía con la vía puesta. Una situación incómoda para recibir a la gente, desde mi punto de vista.
Lo peor de todo era que a cada rato debía cambiarme las compresas y para eso necesitaba que todo el mundo saliera de la habitación. Cosa que sucedió en muy pocas ocasiones... Yo me sentía mojada, sucia, dolorida, cansada, fea, y además de todo esto, me sentía un mueble más de la habitación.
Un momento que recuerdo muy desagradable fue cuando se ensuciaron todas las sábanas de sangre y tuvimos que llamar a las auxiliares. Tuve que pedir varias veces que por favor se salieran de la habitación. Había niños y no quería que vieran todo aquello. Además, yo soy muy pudorosa con estos temas y lo estaba pasando realmente mal. Para colmo, todos se esperaron justo en la puerta y cuando salieron con las sábanas sucias, se veía muchísimo la sangre, y yo sólo quería que me tragara la tierra...
Gracias a mi marido, que me ayudaba a cambiarme cada vez, cuando aún no me respondían las piernas, y cuando casi no podía ni moverme por la herida de la cesárea. El único que estuvo pendiente de que me encontrara a gusto.
A las 7 de la tarde por fin pude comer y beber, aunque no levantarme. La comida no estaba muy buena y hubiera agradecido un buen bocadillo de jamón o algo que no se pareciera tanto a la comida del colegio... Pero tampoco hubo suerte con eso.
En resumen, un día para olvidar. Un recuerdo triste de lo que debía ser el día más bonito de mi vida.
Mi consejo es, aceptar visitas siempre y cuando vengan a ayudar o a hacer algo positivo para ti.
Todavía estoy esperando a alguien que se ofrezca algún día:
¿Cómo vas Angie, necesitas ayuda?

Comentarios

Entradas populares de este blog

MI EXPERIENCIA CON EL BANCO DE LECHE MATERNA

VERSIÓN CEFÁLICA EXTERNA (VCE)

DESTETE NOCTURNO